Comentario
Si el medio rural facilitó la creación de solidaridades campesinas en defensa de los intereses del común, en contra de los abusos señoriales, y de las cuales las comunidades de aldea quizá expresen el mejor espíritu de la corresponsabilidad en la defensa de la libertad, las "comunas" responden en principio a ese mismo espíritu solidario de autodefensa de una conciencia urbana.
La cuna de las "comunas" la sitúan los historiadores de este fenómeno social entre el Sena y el Rin, con un gran núcleo en el centro de nuevas ciudades o de antiguos lugares sobre zonas de rica producción agrícola: Flandes, Artois, Mosa, Amiens y Lieja. En ellas se manifiesta muy tempranamente el espíritu de las asociaciones profesionales, precisamente allí donde (al contrario que en el sur de Europa) los marcos de vecindad ofrecen lazos de linaje más debilitados -como recuerda R. Fossier-, pero allí también donde aparecen los burgos, los portus y una densa concentración mercantil. En este contexto, las esporádicas reivindicaciones de los colectivos artesanales (menestrales) o comerciantes no alteran el orden público en donde, además, no existen demandas militares ni judiciales, sino tan sólo la pretensión de consolidar y ampliar las garantías de la producción y de la actividad intercambiadora.
La evolución del movimiento comunal es, por tanto, lento a partir del crecimiento de los burgos y la formación de cofradías o gremios. Una oligarquía de burguenses, con el apoyo de una aristocracia enraizada en el campo, busca ventajas económicas que plantea en el marco parroquial, fracasando en ocasiones por lo prematuro de la demanda y a veces por la resistencia de otros grupos sociales a consentirlo. Ello provoca un cambio de actitud en los burgueses que buscan ahora una unión más estrecha entre si, a modo de cojuramentación de ayuda mutua (conjuratio), en contra de la Iglesia para quien todo juramento debe ser sagrado ("sacramentum" equivale a juramento). Así se procede primero al juramento de los burgueses y la aristocracia local, después a la adquisición de la autogestión y finalmente a la fijación de un texto de condiciones. Texto en el que se establece que los juramentados tendrán su palacio (su hotel), su torre (como los nobles)-el beffroi-, su campana como la iglesia y su sello de identificación. Además elegirán a sus regidores (scabini) y al alcalde (maior) en un marco jurídico señorial pero con responsabilidades públicas (obras, impuestos o justicia). Sólo el señor se reserva todavía la defensa, algunas tasas y la justicia de sangre; lo que es significativo porque se trata de un hombre de campo, más que en Italia, y cuando confía la protección de las murallas a los burgueses y la milicia es porque la relación entre ambos es estrecha y no contestada por nadie. Y ello ya sea el señor el propio rey, duque o conde, un obispo o un noble.
Pero en algún caso el rey alienta la emancipación señorial o episcopal, y los movimientos jurídicos y sociales son continuos, aunque no necesariamente violentos y, mucho menos, sangrientos. En las comunas centroeuropeas (Arras, Amiens, Valenciennes, Gante, Brujas, Lieja, Reims, Metz, Estrasburgo, Noyon, Colonia, Worms, Beauvais o Laon) las rivalidades de linaje son menos aceptadas que en las ciudades del norte de Italia y las intervenciones regias se prodigan sobre materia jurídica, derecho privado o comercial ya en el siglo XIII, después de una etapa de lento desarrollo entre 1090 y 1150, aproximadamente, y de consolidación posterior. Induso a mediados de esta centuria el rey Luis IX, por ejemplo, actúa en muchas ciudades de jurisdicción regia para controlar las finanzas urbanas mediante los administradores locales (bailes), disminuyendo la autonomía comunal. Y es en este siglo XIII cuando las reivindicaciones corporativas cobran cuerpo por la oscilación de los precios, las demandas gremiales u otros factores.
En las comunas septentrionales surgen alteraciones en 1225, 1253 o 1260 en Arras o en 1253-1255 en Lieja, donde un cabecilla popular proclama la incautación de los bienes de la Iglesia; doctrina bien acogida después en otros ambientes y reproducida en los conflictos sociales de la baja Edad Media, y que en Lieja provoca entonces episodios sangrientos.
En otras áreas, como la de más allá del Rin, se intenta regular los derechos y deberes de los príncipes, de los procuradores laicos, de los señores de barrio, de los burgueses, de los comerciantes y de los gremios en orden al control de la ciudad; formándose consejos que representan a los diversos intereses y sectores sociales (como sucede en Friburgo, Ratisbona, Lübeck o Augsburgo en los años centrales del siglo XII), con tensiones que debe hacer frente el emperador Barbarroja y los príncipes. La prestación de juramento al emperador y la entrega de contribuciones especiales crea, no obstante, malestar, porque las "ciudades libres" buscan la autoadministración.
Pero hay otro corporativismo económico y social que afecta más en general al tejido urbano europeo del norte y el sur, del este y del oeste. Se trata del corporativismo gremial sentido por los interesados en orden al agrupamiento de fuerzas para alcanzar objetivos comunes y proteger y aumentar la remuneración de su trabajo -como define J. H. Mundy-. Así, tanto la caridad como el placer puede incrementarse uniéndose en grupo, pero la rapidez de esta expansión dio a los agremiados de la época un espíritu emprendedor que no volvió a darse en Europa desde entonces; aunque dicho espíritu tuvo mucho de primitivo, los gremios y asociaciones profesionales mantuvieron siempre una madurez de asunción de los deberes públicos.
En buena parte de Europa el ímpetu asociacionista granó en "hermandades" que protegían a comerciantes y otros profesionales en los desplazamientos fuera de las comunidades propias, combinándose las funciones económicas con los derechos jurisdiccionales o gubernamentales sobre un asentamiento adherido a una antigua ciudad o comunidad, adquiriendo una condición de miembro similar a la de ciudadanía.
Cuando las ciudades fueron creciendo en espacio y potencialidad económica y social, se fusionaron sus diferentes sectores, en principio independientes, y las asociaciones profesionales y mercantiles ocuparon su lugar junto al gremio de comerciantes. Desde ese momento, dicho gremio perdió muchas de sus funciones políticas que pasaron a la comunidad amplia, trocándose el espíritu de pertenencia al gremio concreto por el de pertenencia a la comunidad completa o "universitas"; sin perder los gremios de comerciantes su poder dirigente, se produjo una escisión en la que las funciones políticas quedaron separadas de las económicas, dentro de un proceso de especialización cada vez mayor.
Italia, una vez más, ofrece un panorama algo distinto. Las asociaciones de comerciantes jugaron ya un papel importante en la renovación de las ciudades, evolucionando hacia el siglo XIII de forma que llegaron a adquirir jurisdicción económica propia a través de las negociaciones con los "consules negotiatorum", con jurisdicción sobre la casa de la moneda y los mercados ciudadanos.
Pero en conjunto, los gremios medievales que surgen en los siglos de la expansión y del crecimiento europeo tienen poco que ver con los que conociera el mundo antiguo, sobre todo en Roma. Mientras que la diferencia con los posteriores es que no se distanció entonces tanto el nivel intermedio entre el obrero y el capitalista, es decir, el hombre del gremio o el dueño del taller, fomentándose una política económica reguladora y restrictiva, y no tanto liberal y expansiva. Porque los gremios de los siglos de la plena Edad Media padecieron de una inclinación, a veces enfermiza, hacia el pequeño negocio, prohibiendo a sus miembros poseer demasiados elementos productivos (tiendas, tablas, talleres). La meticulosidad establecida por los gremios en la adquisición de materias primas, en la utilización de los métodos de producción o en los precios muestran que la desconfianza mutua fue el coste de la fraternidad económica.
Por otro lado los gremios fueron también monopolizadores, por excluir al extraño y tratar de hacer hereditaria la profesión, cayendo a veces en un anquilosamiento técnico y en cierto conservadurismo productivo en aras de preservar el conocimiento adquirido como un arcano. Por eso, las contradicciones del sistema se manifestaron con crudeza cuando, al filo del 1300, decreció el ritmo del crecimiento económico, haciéndose más acusada la división entre obreros y maestros, impidiendo estos últimos que llegaran aquellos a establecer su propio taller o hacerse maestros también.
El conservadurismo técnico de los gremios -apunta J. H. Mundy- y el afán por el monopolio generó la resistencia de los consumidores y de los interesados en la importación y exportación. Los responsables ciudadanos se opusieron a dejarse llevar por la demandada prohibición de los agremiados a los emigrantes de adquirir tal condición cuando se instalaban en sus recintos venidos de fuera, y tuvieron que enfrentarse a la vez a los intentos de los gremios por controlar las fuentes de las materias primas por un lado y los precios de los acabados por otro. Sólo a finales del siglo XIII prevaleció al fin el espíritu corporativo, debido sobre todo a la madurez de la economía y no tanto al fracaso del consumidor o de los importadores y exportadores.
Los gremios tuvieron que luchar, finalmente, contra la regulación estatal cada vez más centralista. El surgimiento de compañías con privilegio o propiedad del Estado y la difusión del proteccionismo, junto con el establecimiento de códigos marítimos (como el de Barcelona de 1286), no impidieron el desarrollo del corporativismo gremial. Así, mientras la regulación de los precios en la legislación gremial se sometió al llamado bien común, el gremio fue uno de los diferentes medios que la sociedad urbana movilizó para la guerra económica, porque, en torno a 1300, se anunciaba ya, al menos en los países mediterráneos, el Estado mercantilista.
Pero el proceso de escisión gremial no fue sólo un fenómeno económico sino que tuvo un componente social importante, y en ese componente surgieron los conflictos. Por un lado, debido a que en las grandes industrias existió por lo general una separación entre empresarios y artesanos, así como también por la resistencia de los propietarios de pequeños obradores y modestos artesanos a ser manejados por los más poderosos. Por otro, como consecuencia de las condiciones de trabajo, los salarios, horarios y endeudamientos personales de los obreros con los dueños de los talleres.
Muchas ciudades estaban en contra de que los artesanos empeñaran sus herramientas para lograr préstamos, pues buena parte del equipo lo proporcionaban los capitalistas; además había algunas leyes que protegían a los deudores contra el encarcelamiento, el cual, si era inevitable, tenía una limitación temporal. Pero los conflictos podían surgir también dentro de las mismas compañías, siendo frecuentes las luchas entre maestros y obreros, entre propietarios y jornaleros o entre unos gremios y otros, como por ejemplo los de comerciantes y artesanos. La complejidad de muchos de estos conflictos trascendió el siglo XIII y se sumergiría en la baja Edad Media, complicándose aún más con motivo de las crisis del siglo XIV, afectando a la implicación de la ciudad con el medio rural. El gobierno urbano intervino cada vez más en los gremios a través de la economía de las ciudades, pero dichos gremios, a su vez, ocuparon en muchos casos el propio gobierno ciudadano, implicando al artesano y al comerciante en la administración urbana.
La solidez de muchos gremios en las ciudades más desarrolladas de Occidente les permitió atender a diversos servicios sociales y caritativos (enseñanza gratuita de huérfanos o miembros pobres, funerales, limosnas). Así los agremiados enfermos cobraban un subsidio necesario pare el sustento propio y de su familia.
Dichos servicios sociales fomentaron, pues, otro tipo dc solidaridades no específicamente económicas o profesionales, sino más bien asistenciales y protectoras, semejándose más al espíritu de las solidaridades horizontales campesinas. De ahí que, en muchos casos, los servicios sociales de los gremios fueron completados con los de las "confraternidades" especiales, creadas con esta finalidad asistencial o piadosa. En dicha asociación se contó con la colaboración de la Iglesia, aunque se mantuvo al respecto una posición oscilante entre la defensa a ultranza según el espíritu reformista del siglo XII y la condena por la invasión de las iglesias y parroquias de altares asociados a los gremios y confraternidades piadosas, derivadas de dichos gremios. A este propósito se persiguió, por ejemplo, a quienes promovían la pobreza apostólica como ideario de las clases trabajadoras.
Tanto el Estado como la Iglesia tuvo que hacer frente, por tanto, al poder en aumento de artesanos, comerciantes y productores asociados. Los príncipes promovieron la creación de gremios, hasta el punto que algunas ciudades discretas económica y comercialmente mantuvieron estructuras corporativas más desarrolladas a mediados del siglo XIII que las de las grandes concentraciones mercantiles de las repúblicas urbanas o ciudades-estado. Pero, en general, estos príncipes apoyaron al común cuando la aristocracia mercantil dominó en las ciudades y favoreció al patriciado cuando sucedió lo contrario; como en Barcelona cuando en 1285 el rey de Aragón tuvo que ponerse al lado del patriciado en la revuelta de Berenguer de Oller.